El viaje de Antonio Goulart

"¡Ay, Manuel! Cuando supieron minombre, dijeron que Naguib no era nombre cristiano y me bautrizaron con el nombre de Próspero, me confirmaron y ¡me casaron con Tirsa! Al poco tiempo de estos sucesos conocí al joven Antonio Goulart del Portugal. Él se marchaba en pos de la aventura; su propósito, llegar al inmenso Brasil, remontar el Río Amazonas, convivir con las tribus de la selva y aprender de los Chamanes el arte de la magia curativa. Goulart, con sus relatos, describe paraísos exóticos, riquezas inimaginables, tribus antropófagas, otras que reducían las cabezas de sus enemigos, gente experta en usar dardos de bambú impregnados de curare (extraído de la raíz del maracure, para inmovilizar o matar a sus víctimas), árboles gigantes... un mundo de verdes lujuriosos, diferente al que yo conocía hasta entonces...
Nos fuimos con Antonio Goulart de la isla. Abandoné a Torsa, Manuel, me llevé lo necesario para sobrevivir en el viaje, le dejé la bolsita con dientes rellenos de oro y una nota en la que le pedía perdón.
Antonio Goulart era un joven de veintidós años, decidido y valiente, había aprendido todos los oficios que se necesitan para ser marinero de primera clase, algo me enseñó en la travesía para América. Una tarde vimos que la luna salió más temprano que de costumbre y daba la impresión que podía chocar contra el sol en cualquier momento. La tripulación enloqueció de pánico, solo Antonio conservó la calma, nos amarramos al mástil mayor, con la recomendación de no abrir los ojos escucháramos lo que escucháramos. Cuando pensé que los astros estaban por juntarse cerré los ojos y empecé a oir lamentos que venían del mar. Me invadió una tristeza profunda y luché por desatarme para lanzarme al agua, era una sensación extraña. Cuando Antonio Goulart me indicó que podía abrir los ojos, descubrí mientras me desataba que me había herido los brazos y piernas en un esfuerzo por liberarme. Goluart trató de explicarme el fenómeno: Dicen que son las ninfas marinas que atraen a los navegantes con las triste dulzura de su canto. Siempre que va a suceder algo como lo de hoy, me amarro, cierro los ojos y después escucho las historias de los que no se han enloquecido, que son pocos. No hubo tiempo para más comentarios, una ola gigante nos cubrió rompiendo el mástil y destruyó las velas, el barco se inclinó a babor contal fuerza que fuimos lanzados al mar encrespado; la noche se volvió oscura, sin luna y sin estrellas, como esta noche, Manuel...."
Tomado de: Godoy, Enrique (2000) "Los Santos Esqueletos". Guatemala.
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